El desarrollo personal es una asignatura pendiente en nuestra sociedad. Necesitamos aprender a regular nuestros estados de ánimo y a comprender los sistemas de creencias en los que vivimos; si no somos conscientes de los supuestos en los que basamos nuestras decisiones nunca podremos modificar el rumbo de nuestras vidas o de las organizaciones en las que trabajamos. Sólo a partir de un cambio personal se propicia el cambio social y la construcción de una nueva civilización basado en el amor.

Este proceso ya está en marcha. Los seres humanos formamos parte de un universo complejo y ordenado, que tienes sus leyes y presenta una evolución muy concreta. La tierra ocupa una posición en este entramado y nosotros vivimos en ella. No podemos escapar a esta dinámica pero somos capaces de adaptarnos, sobrevivir y mejorar nuestras condiciones de vida. Vivimos una crisis ecológica sin precedentes y destinamos muchos esfuerzos a cuidar y regenerar la naturaleza; también se han producido grandes avances en la creación de derechos humanos y en la conquista de libertades, pero nos hemos olvidado de algo fundamental: nosotros mismos.

Es necesario que tomemos conciencia de algo sumamente importante: ¿estamos ya en condiciones de transcender la dualidad del pensamiento mecanicista, que observa la realidad en partes separadas unas de otras, para funcionar desde una óptica mucho más rica, diversa y divertida como es la existencia espiritual?.

Esto exige un incremento de nuestra responsabilidad personal, que comienza por aceptar que somos nosotros quienes decidimos lo que deseamos experimentar y crear en nuestra vida. En este proceso, la conexión con la Tierra se hace más tangible y la comprensión de nuestra personalidad espiritual más familiar; dejamos de pensar sobre el espíritu y comenzamos a experimentarlo y a actuar guiados por los mensajes que recibimos de lo que originariamente sentimos que somos. En lugar de reaccionar conforme a nuestra experiencia pasada, creamos nuevas experiencias de manera continuada, decidimos permanecer en nuestra verdad y seguirla hasta el final; y, lo hacemos de manera confiada y exenta de preocupación. Eso nos hace libres, nos libera del prejuicio y nos habilita para elegir lo que deseamos ser en cada momento. El mundo está despertando a una nueva llamada que dice: abraza tus miedos y progresa desde el amor.

Hace dos mil años Jesús de Nazaret trajo ese mismo mensaje a la Tierra: ama a tu prójimo como a ti mismo. Cuando experimentamos el amor somos capaces de ver y sentir el miedo y eso nos faculta para superarlo y transcenderlo. Cuando dejamos de tener miedo generamos confianza en los demás y la posibilidad de una relación saludable. Una parte importante de la humanidad trabaja ya de manera consciente en su propia evolución personal, para que sus vidas adquieran sentido, simplemente para vivir en armonía con la naturaleza, estar en paz con sus semejantes y desarrollar sus potenciales creadores. Todo parece indicar que ha llegado el momento en el que dejamos de ver en lo de afuera la solución a nuestros problemas; y, comenzamos a tomar conciencia de que el interior de la persona es lo que tiene que cambiar si deseamos que las cosas mejoren de manera significativa.

En mi trabajo como coach y formador observo de manera cada vez más evidente que el desarrollo personal es una necesidad manifiesta. La mayor parte de las personas con las que me relaciono tienen nociones sobre este asunto pero desconocen por completo como abordarlo; sin embargo, sienten una enorme curiosidad por mejorar y aceptan de buen grado vivir experiencias relacionadas con sus estados emocionales, corporales o mentales. Los resultados a los que conduce un trabajo disciplinado y meticuloso sobre el desarrollo personal son tan gratificantes que, al cabo del tiempo, ya no se observa la posibilidad de volver a funcionar como se hacía antes: el cambio positivo se produce para siempre.

Dedicar tiempo y esfuerzo a descubrirse interiormente nos habilita para escuchar el cuerpo, regular el estado de ánimo, entrenar la mente y comprender la forma en la que nos relacionarnos con los demás. Al mismo tiempo, nos abre a una realidad trascendente que no controlamos pero de la cual nos podemos nutrir inagotablemente. Mediante el trabajo personal nos acercamos gradualmente a ella, la descubrimos y obtenemos, en contrapartida, un equilibrio favorable con todo el universo. El resultado es que cada vez nos cuesta menos decidir espontáneamente conforme a nuestros valores morales y nuestras inclinaciones personales, también se refleja en nuestra salud física, en la fortaleza emocional y en la capacidad de disfrutar de la vida en todas sus manifestaciones. En definitiva, nos volvemos más sencillos, responsables, poderosos y sabios.